VII. Una visita a Baeza: Laureano y Ezequiel

Luminosa y clara la mañana, mayo florido, casi treinta grados, cuando salimos de Granada, autovía de Madrid, camino de Baeza, al Rubín(1), donde debo encontrarme con Laureano Roldán y con Ezequiel Delgado, gente del mundo rural de la Vega de Granada, de la EFA de El Soto, en Chauchina: ambos participan allí de un curso de formación cristiana, aprovechando unos días del verano.

Mientras viajamos, Juan Ángel Brage es mi guía, y como experto en el tema me va hablando de las Escuelas Familiares Agrarias, del papel que han jugado en la promoción del campo, y de lo mucho que ha cambiado el campesinado de hace años en relación con el campesinado de hoy, mucho mejor preparado, lo que abre sin duda un vasto panorama de perspectivas para este sector. En realidad el campo depende hoy de la capacidad de iniciativa de los hombres llamados a cultivarlo. La contribución de las Escuelas Agrarias ha sido decisiva en esa nueva manera de enfocar el problema agrícola y, prueba de ello, es que muchos de los alumnos salidos de las EFAs de Campomar o de El Soto, ocupan puestos de responsabilidad en el mundo empresarial agrícola y son muy solicitados por el sector por su prestigio. Por otro lado, los nuevos sistemas educativos permiten que estos alumnos puedan promocionarse hasta las más altas cotas de la carrera agrícola a través de la vía universitaria, totalmente expedita para el que se lo proponga... Como puede verse, las EFAs, hoy existentes en todo el territorio nacional, son garantes de un campesinado nuevo y renovado acorde con los tiempos, lo que supone una nueva perspectiva y un mejor futuro en la aplicación de las mejoras técnicas, razón por lo que hoy son referente para otros países que siguen interesados en nuestro experimento de formación...

Viajo a Baeza precisamente para hablar con algunos de los protagonistas de los primeros tiempos de estas Escuelas: Laureano, Ezequiel...

El día, como digo, es luminoso. Cielo limpio y caluroso. Mientras Juan Ángel se interesa por mi situación, si siento frío o calor, yo sigo pendiente del amplio panorama que se abre a mi vista, el paisaje veloz que resplandece por su extrema sequedad. La TV anunciaba ayer aumento de temperatura, inusual para estas fechas. El coche se desliza rápido, mientras Juan Ángel, gallego de El Ferrol, ingeniero industrial, hijo de marino, me comenta lo mucho que el Beato Josemaría se interesaba por la situación del campo y del campesinado español, la necesidad de mejorar las condiciones de vida de unos hombres llamados como todos a santificar su trabajo. De ninguna manera el obrero del campo podía quedar fuera de sus propósitos sobrenaturales. Le interesaban toda clase de gentes, de cien le interesaban los cien, es lo que repetía muchas veces. Su interés por los agricultores lo dejó expresado en muchas de sus tertulias.

—De ahí nació la idea de conocer las “Maisons Familiales” francesas y ver qué posibilidades podía tener este sistema educativo en el campo español...

Se queda Jaén a la izquierda, las dos torres de su Catedral, la ciudad repechada en el monte y, dejada la autovía, nos dirigimos a la monumental Baeza entre campiñas y olivos, Baeza la vieja ciudad cantada por don Antonio Machado, la de San Juan de Ávila y también de San Juan de la Cruz... Subimos hacia su antigua catedral, la universidad... y, enseguida, llegamos a la heráldica casona del Rubín, una casa utilizada para actividades de la labor apostólica del Opus Dei, edificio restaurado en l8l4, como dice en una placa. Aquí se encuentran nuestros amigos...

Dan las doce en el reloj de la catedral cuando entramos en la casa. Se reza el "Regina Caeli" ante un cuadro con una pintura bellísima de Nuestra Señora. Me presentan a Laureano y a Ezequiel y salimos al jardín. Se nota el frescor de las plantas recién regadas y el rumor alegre de los pájaros que pueblan ramas y tejados. Dormita tranquila una perra loba canela que, al vernos, se levanta y acude tranquila y sumisa a nuestro encuentro. La perra está hecha a estos silencios y contemplaciones y se limita a mirarnos con sus ojos sabios como si dijera, yo llevo aquí más años que vosotros... Conozco bien lo que es un retiro...

Nos sentamos. Observo a Ezequiel que espera tímido mis preguntas. En realidad, más que hacer preguntas, yo he venido aquí a escuchar respuestas. Por eso contemplo a Laureano, su rostro cortado por el frío y por el sol, su frente despejada, su nariz picuda de pájaro atento, sus manos arrugadas, venosas, entrelazadas como sarmientos, como si surgieran directamente de la tierra profunda y húmeda. Me sorprenden sus manos, prolongación de su cuerpo enjuto, sólido. Me sorprende su mirada entrecortada, la finura de sus labios y la sonrisa silvestre de su boca. Me dice su nombre completo: Laureano Roldán Sánchez. Un producto nato de la Vega granadina. Agricultor de toda la vida. Le digo que me cuente lo que quiera, pero no es fácil, mueve la cabeza y, con delicado pudor, me dice que apenas si pudo ir a la escuela. Es su recuerdo más triste. Su padre también era agricultor, un agricultor pobre con muchos hijos, y necesitaba sus brazos. Por eso a los tres meses de escuela, tuvo que dejarla y ponerse a trabajar. Lo dice serio, como una excusa. Ahora las cosas han cambiado. Algo ha aprendido y se atreve a leer alguna cosa. Sonríe y deja abandonadas sus manos sobre sus rodillas. Se casó y tuvo siete hijos. Le pregunto el nombre de su mujer y me dice que se llamaba Teresa.

—Teresa era una mujer especial, –añade con ternura–. Mi mujer era una mujer muy buena y muy santa que supo enseñar a sus hijos a ser cristianos. Era una gran madre...

Se le enternecen los ojos recordando a su mujer fallecida hace unos años, una mujer de pueblo como él, que lo dejó solo...

—Para comer voy a la casa de uno de mis hijos, –me dice–. Pero a la noche, me preparo yo la cena en mi casa. Veo el telediario y me acuesto enseguida.

En el pueblo de Laureano –Cúllar Vega– se cultiva principalmente tabaco. También ajos y cebollas.

—Dos de mis hijos estudiaron en la EFA...

—¿Y cómo es su pueblo?

Cúllar Vega es una antigua villa romana, donde se encontraron monedas y columnas. En el siglo XII tenía buena agricultura y seda. Cuando la reconquistaron los castellanos nadie se marchó del pueblo. Se bautizaron y conservaron sus tierras...

—Mi pueblo es un buen pueblo, –dice orgulloso–. Hay buena gente. Gente trabajadora y cristiana. Aunque últimamente se ha puesto muy moderno...

Sonríe y guarda silencio. Mientras, miro sus manos, sus dedos como agrazos, las venas bajan por sus brazos como ríos o como tiras de pámpanos...

—Tengo un mulo y con él me voy muchas tardes al campo. Es como un amigo, –dice.

Lo confirma Ezequiel con una sonrisa. Ezequiel que asiste silencioso a nuestro diálogo. Le invito a que me cuente lo que quiera. Son las palabras lo que en definitiva interesan. Cada persona está como presa de sus pensamientos. Si fueran del mar, les diría que las palabras son como peces atrapados en una red... Si se sueltan, hablan solas...

—¿Se acuerda de cómo empezó El Soto?

—De eso hace ya algunos años, –me dice Ezequiel–. Todos los padres desconfiaban. Nos tomaron por locos. Decían que cómo íbamos a crear una escuela para sus hijos si no teníamos con qué...

—Paco López y Ezequiel, –interviene Laureano– nos visitaron a todos los padres, a convencernos, y llegaron a juntar treinta y cinco alumnos sin tener donde meterlos... Para mí que estaban locos...

—Otros pensaban que éramos estafadores y que estábamos en el pueblo para engañarlos, –ríe Ezequiel desde la distancia.

—Entonces se nos ocurrió hablar con Manuel López, de mi pueblo –aclara Laureano– que estaba en la Obra Social de la Caja de Ahorros de Granada y le contamos lo que nos pasaba y lo que estos hombres querían. El hombre nos escuchó con atención y se tomó todo el interés del mundo. Lo propuso a la Junta y mire usted, al poco la Junta lo aprobaba...

Y empezaron a cambiar las cosas.

Interviene de nuevo Ezequiel, antiguo capataz agrícola venido de Badajoz, su tierra, acompañando a Paco López Martínez, otro "loco", que se convirtió en el primer director de la EFA de El Soto...

—El director general de las EFAs era entonces Antonio Gil Rico, que ahora está en Motril, en sus negocios, –me dice Ezequiel–. Era un enamorado de la EFA. Nos ayudó mucho el párroco de Chauchina, don Francisco Isla, que se movió todo lo que pudo en la Curia para que nos dejaran las dependencias del Instituto que estaban vacías. Así fue como empezamos. En el gimnasio pusimos el comedor, en los vestuarios la cocina, en el aula magna la sala de estar... Y empezamos a funcionar. Era el mes de septiembre de l973, aunque cuando empezamos de verdad fue en noviembre, que es cuando recibimos las primeras ayudas de la Caja de Ahorros, que se hizo cargo del mantenimiento de la escuela. Hasta entonces nadie se fiaba de nosotros. Empezamos entonces dos monitores y teníamos que multiplicarnos. Cuando con el tiempo los padres se dieron cuenta de nuestro trabajo y de nuestra buena voluntad se volcaron por completo con nosotros. Se convencieron de que lo que nos proponíamos era un bien para ellos y para sus hijos. Ahora eran los primeros en ayudar. Cuando se constituyó el primer consejo rector regido por ellos, uno no pudo aguantarse y lo expuso de manera emocionada: "Reconozco ahora, después de lo que he visto, que estos hombres eran honrados y no buscaban nada de lo que muchos pensábamos. Ahora sabemos que siempre nos dijeron la verdad..." Y don Joaquín Bosque Maurel, que representaba a la Caja de Ahorros, confesó igualmente que estaba gratamente sorprendido por dos motivos: por el calor físico de ese día y por el calor humano que se desprendía de nosotros...

No disimula Ezequiel su orgullo por lo que, al cabo de los años, ha supuesto la EFA de Chauchina para la Vega de Granada.

—Hoy las cosas son muy distintas: tenemos un profesorado de gran preparación, cuatro son máster, –me dice–. Damos cursos sobre diversas materias: espárrago, jardinería, cultivos diversos, medio ambiente, informática... La Escuela es centro de 2º grado compuesto por varios módulos con categoría universitaria... Los estudios que aquí se realizan gozan de prestigio, tenemos una bolsa de trabajo, ya que nuestros alumnos, por su formación y preparación, son muy solicitados por las empresas del sector. No hace mucho nos pidieron de Italia un informe sobre el olivar porque, nos dijeron, el nuestro les merecía el mayor crédito...

—¿Y sigue ayudando la Caja de Ahorros?

—Ahora estamos subvencionados por la Junta de Andalucía, pero seguimos siendo Obra Social de la Caja General de Ahorros de Granada.

Como padre de alumno, Laureano me dice que ayudó a la EFA desde el principio y que formó parte del primer consejo rector. Dos hijos suyos se formaron aquí. Visitó a muchos padres para convencerlos de que mandaran sus hijos a la Escuela.

—Lo que más nos llamaba la atención a nosotros, gente del campo, –me dice–, era el cariño con que estas personas nos trataban. Esto era lo que más nos gustaba. Nunca nadie nos había escuchado con tanta atención... Eso nos hacía pensar, darle vueltas a las cosas, porque los labradores desconfiamos de todo. No entendíamos que alguien quisiera ayudarnos sin pedir nada a cambio... Eso no podía ser... El primer director de la EFA fue Paco López y el primer monitor, Ezequiel. ¿Qué le voy yo a decir de ellos? Todo lo que yo le diga es poco...

—¿Y cómo fue que se hizo del Opus Dei?, –le pregunto a bocajarro.

Laureano deja vagar su mirada, contempla a la perra tendida en el suelo, sonríe y deja pasar un tiempo antes de contestarme.

—Pasó que nos invitaron a los padres de los alumnos a un retiro en Almodóvar del Río y fui.

Rememora el tiempo, cauteloso.

—Era la primera vez que yo asistía a un retiro.

—Luego, Paco López me invitó a otro retiro en Santa Fe. También asistía a cursos de formación. Paco me pedía que me entregara más a Dios, pero yo me escabullía y le decía siempre que tenía muchas cosas que hacer y que si no tenía tiempo... Ya sabe usted... Fue Ezequiel quien me convenció para que me hiciera Cooperador de la Obra(2)... Me hice porque sabía que era una cosa buena... Pero hasta las cosas buenas nos cuesta siempre hacerlas... Fue mi mujer la que un día me dijo, ¿Por qué le das tantas vueltas? ¡Anda hombre, ve y diles que sí, que quieres ser de la Obra! Así conocerás gente buena que podrá ayudarte a trabajar mejor y a ser mejor persona... Entonces no dije más que no y pedí la admisión como Supernumerario del Opus Dei(3)... De eso hace ya mucho tiempo...

No olvidó Laureano nunca ese día.

—Fue el cinco de junio de l975, –me dice al tiempo que la perra, como si entendiera, abre los ojos y mira a Laureano como sonriendo.

—Laureano no faltaba nunca a ningún medio de formación, –completa Ezequiel–. Cogía su bicicleta y se venía de Cúllar Vega, donde vivía, hasta Chauchina o Santafé... Adonde hubiera que ir...

—Se lo debo a mi mujer, –dice Laureano–. Ya le digo que era una mujer excepcional. Hay mujeres sabias y la mía era una de ellas.

—Por entonces ya se pensó en una EFA femenina, –dice Ezequiel–, y desde luego hubiéramos tenido que contar con Teresa. Valía mucho y era una santa.

Laureano, en tanto, tiene en su mente aquel cinco de junio decisivo en su vida. Cierra los ojos. De repente se pone a hablar como si hablara consigo mismo. O con alguien al que yo no puedo ver.

—Yo he procurado ser un buen cristiano. Eso fue lo que me enseñaron de niño. Mis padres eran pobres, pero cristianos. Pero ese día me di cuenta que no basta con ser bueno o bondadoso, lo que Dios me pedía era más y por eso me trajo a la Obra. Dios me estaba pidiendo que le entregara mi vida, que procurara hacerme santo, aunque bien sé que no lo soy. ¡Qué más quisiera! No sé cómo explicarme. Lo que Dios me daba a entender es que era un padre para mí, un padre cariñoso, al que yo tenía que ver como hijo...

Ezequiel, que ha seguido sus pasos desde ese día, asiente y me dice que Laureano, desde entonces, ha sido como un foco de luz para los demás.

Le pregunto cómo organiza su vida. Qué hace cada día.

—Bueno, cuando me levanto, lo primero que hago es dar gracias a Dios. Le doy gracias por haberme dado a mi mujer, aunque ahora no la tenga, y por haberme dado a mis hijos. También le doy gracias por haberme dado esta alegría que tengo siempre y por la paz... Es lo que más agradezco a Dios...

Sonriendo, me dice Ezequiel que Laureano es lo que puede llamarse un "auténtico" sembrador de paz y de alegría...

—En su pueblo todo el mundo lo quiere y le respeta. Es mucha la gente de Cúllar Vega a la que Laureano ha acercado a Dios.

—Una vez –me cuenta Laureano– había uno de mi pueblo al que yo quería que conociera la Obra pero no sabía cómo hacerlo. Fui a plantar remolacha y le dije: ¿Por qué no vienes conmigo a plantar remolacha? Yo, en tanto, pedía a nuestro Padre que me echara una mano y que me diera ocasión de poder hablarle. Llegamos a la finca y antes de ponernos a trabajar, va él y me dice, ¿Sabes lo que leí ayer en el periódico, que los del Opus Dei se quieren hacer dueños del obispado? Yo me quedé mirándole, cogí el almocafre y le dije, Eso no es verdad, esa es una mentira del periódico... ¿Y cómo no va a ser verdad, me dice, si lo dice el periódico?... Pues yo te digo que eso es una mentira... Él agarró también el almocafre para la faena y va todavía y me dice, ¿Y tú cómo lo sabes? ¿Es que vas a saber tú más que el periódico?... Entonces le conté que lo sabía porque era del Opus Dei y eso que dice el periódico es una mentira muy gorda... Él se me quedó mirando sorprendido, porque no sabía que era de la Obra...

Se calla mientras recuerda, sonríe mientras desune las manos enlazadas y me mira con pudor:

—Entonces, allí, en el bancal, mientras plantábamos remolacha, le tuve que explicar a mi amigo lo que era el Opus Dei y como todos los meses teníamos un retiro. ¿Y yo podría ir?, me preguntó dejando la faena. Hombre, si tú quieres, puedes venir y te enteras mejor de lo que es el Opus Dei. Entonces quedamos en eso...

Vuelve a meditar y vuelve la perra inquieta a levantar la cabeza pendiente de sus palabras:

—Ya el lunes vino en busca mía para recordarme que teníamos que ir al retiro, que era al día siguiente. Y así todos los martes que tocaba. Y uno de ellos va y me dice, ¿Y yo no puedo ser como uno de estos? Eso depende de ti, le dije. Y ahora es uno de nosotros, como él quería.

—Vamos, –le digo riendo– que el Padre te lo puso a tiro hecho...

—El Padre me echó una mano muy grande, ya ve usted.

—Ese hombre se llama José, de Cúllar Vega, –me aclara Ezequiel–, y es más bueno que el pan. Y, como ese, hay muchos a los que Laureano ha llevado a los centros de formación.

—Cuando por la mañana me levanto y salgo a la calle, lo primero que me digo, ¿a quién voy a hablar hoy de Dios?, –me dice Laureano, hablando más por las manos que con la boca, mientras la perra sigue pendiente de sus palabras, sin quitarle ojo–. Yo soy un hombre del campo, sin letras, porque no sé nada de nada: de niño fui pastor de cabras porque tenía que ayudar a mi padre, un trabajador del campo como yo... Pero hago lo que Dios me pide que haga...

Recuerdo la visita que hizo a Granada don Javier Echevarría, entre los días 10 y 14 de mayo de 1996, poco tiempo después de haber sido nombrado Prelado del Opus Dei, y la tertulia que mantuvo en el Colegio Mayor Albayzín con los Supernumerarios de la zona. El cielo estaba cubierto de nubes. Olía a lluvia y primavera, hubo tormenta y paraguas. Allí se levantó Laureano Roldán para hacerle al Padre una pregunta que llevaba escrita en un papel, pero que no pudo leer.

—Me puse muy nervioso, –me comenta–. Le daba vueltas al papel, lo miraba, pero conforme llegaba el momento de hacer mi pregunta, la nota se me iba borrando de manera que cuando me puse de pie, le dije al Padre: Padre, lo que traía escrito en este papel se me ha olvidado y lo que yo quiero contarle es que nunca falto a ningún medio de formación, cojo mi bicicleta y me voy los kilómetros que hagan falta desde mi pueblo a Chauchina o donde se diga y luego vuelvo... Y así hago desde hace más de veinte años sin faltar nunca... Luego le hablé de mi vida en el campo y de lo que hacía con mis amigos...

Cuando acabó, el aplauso que se llevó Laureano fue estruendoso. Laureano, el agricultor de Cúllar Vega, y las palabras de cariño que el Padre le dedicó esa tarde de mayo bajo la lluvia fueron memorables. Muchos recuerdan todavía la figura de este agricultor. Se sorprende cuando se le reconoce después de tanto tiempo... Pero se siente feliz, y lo estará siempre por haber podido hablar con el Padre y que todo el mundo lo recuerde...

Veo cómo Laureano sella sus labios y se queda orante perdido en el vuelo de su alma sencilla, mientras los pajarillos del huerto no dejan de piar en sus nidos. La perra se levanta, se estira y bosteza y viene hasta los pies de Laureano esperando una caricia. Permanece inmóvil, pendiente del piar de las aves y del agua, del resplandor del sol en las tapias, del aroma de las plantas...

Ezequiel, extremeño, pero como si fuera de siempre de la Vega de Granada, a donde vino en l973, señala el largo camino recorrido. No fue tarea fácil, no contaban con nada, salvo la gracia de Dios y las oraciones de nuestro santo Fundador que les habían abierto ese camino.

En Chauchina se conserva la mejor torre defensiva de la época nazarí, la torre de Roma. Pasa el río Genil por su término. Posee una espléndida tierra de regadío. Choperas. El pueblo se industrializa rápidamente. En su término se encuentra el aeropuerto de Granada. Tiene como patrona a la Virgen del Espino...

—Supongo que será muy venerada en el pueblo, –le comento.

—Mucho, sí, pero no todo lo que se merece, ésa es la verdad, –me contesta.

—Se crían espárragos...

—Eso sí. Y mucha fruta. Es buena tierra.

—Hábleme, como persona que ha visto nacer a la EFA y tan vinculado ha estado siempre a ella desde sus orígenes, qué ha supuesto su existencia en la comarca.

Ezequiel se pone serio y me dice:

—Después del tiempo transcurrido, se puede decir ya que la EFA ha sido un agente decisivo en el desarrollo de la comarca. La familia de Laureano es el prototipo de lo que digo. Alumnos de la EFA ahora son alcaldes, empresarios, presidentes de cooperativas... Muchos se sienten vinculados con la Obra, otros, como el hijo de Rafael Escolano, hoy es sacerdote y, otros, se fueron más lejos... Se ha sembrado mucho... De lo que no hay duda es de que cuando un alumno sale de la Escuela tiene ya asegurado su puesto de trabajo. Aquí no existe el paro. Y lo mismo sucede en la EFA de Aguadulce. Claro que esto se debe al desvelo y al interés que siempre tuvo nuestro Padre por estos centros, en la promoción del campesinado...

—¿Dónde conoció la Obra?

—La conocí en Sevilla, en l972.

—¿Y a su mujer?

Sonríe.

—A mi mujer la conocí en Granada, donde estaba estudiando. Es maestra.

—¿Cuántos hijos tiene?

—Tenemos ocho hijos. Uno acude con frecuencia por el Club Montañero de Estudiantes, una iniciativa familiar para la formación de gente joven. Vivimos en Chauchina, donde estamos totalmente integrados y nos sentimos muy bien.

—¿Y cómo fueron aquellos primeros años de la EFA?

—Tuvimos que empezar de cero. Aquellos alumnos tenían entre catorce y dieciséis años y llegaban sin ninguna formación. Entonces mi mujer estaba de maestra en Cádiz, teníamos cuatro hijos, y yo me encontraba solo. Lo más difícil era hacer comprender a los padres que tenían que participar en esta enseñanza igual que nosotros y que los alumnos tenían que dividir su tiempo entre la Escuela y la explotación... No fue fácil de entender... Tenían que comprobar los resultados de este sistema de formación para que pudieran aceptarlo... Fue cosa del tiempo. Al mismo tiempo, la Escuela y nosotros teníamos que ir adaptándonos a las experiencias y enseñanzas de cada momento. Cuando empezamos a ver los resultados, no nos lo creíamos... Había valido la pena tanto sacrificio...

—¿Y doctrinalmente, cómo llegaban los alumnos?

—También tuvimos nuestras dificultades. No se podía descuidar este aspecto de la formación integral que proponía nuestro Padre. Y esto competía también a los padres. El cuidado de la familia era esencial... No podíamos formar hijos cristianos si los padres no lo eran...

Ezequiel recuerda de ese tiempo algún favor espiritual del Beato Josemaría.

—Un día a la semana visitábamos la iglesia del pueblo. El párroco entonces era don Carlos del Castillo. La mayoría de los muchachos no querían charlar con el cura y menos confesarse. Un día, viendo nuestro nulo éxito, recuerdo que le pedí al Padre su ayuda. Estaban todos sentados a lo largo de un banco y ninguno se levantaba para ir al cura. Entonces le dije al Padre: Padre, estos niños tienen que hablar con don Carlos, tú verás. Y con la vista le fui señalando uno a uno y conforme los iba señalando con la mente, ellos se iban levantando y se iban al cura... No lo olvidaré nunca. Comprendí entonces hasta qué punto llegaba el celo de nuestro Padre por las almas y más por las de estos muchachos por los que tanto se preocupaba... Nunca nos ha faltado su ayuda y su intervención... Todo esto se puede contar aquí, entre nosotros, otros seguramente nos tomarán por locos o por ilusos... Si no se tiene fe, no se puede entender nada... Y Dios, no cabe duda, está siempre como un padre cuidando de sus hijos... Si la gente se diera cuenta de esto sería más cristiana...

—¿Y ahora?

—Ahora la gente viene con otro tipo de instrucción, humanamente más desarrollada. Han cambiado mucho las cosas.

Almorzamos y dejamos Baeza a pleno sol, un sol radiante sobre sus piedras doradas. El cielo se tensa hacia el Guadalquivir y la campiña olivarera. Descendemos de Baeza hacia la deslumbrante Jaén, camino de Granada...

(1) El Rubín es otra casa de retiros, similar a Pozoalbero. Está situada en el barrio histórico de Baeza, junto a la Catedral, y sus vistas se extienden muy a lo largo del cauce del Guadalquivir. Esta casa, que pertenece a la Fundación Aliatar, está administrada por mujeres del Opus Dei.

(2) Los Cooperadores del Opus Dei, sin ser miembros de la Obra, colaboran en sus actividades apostólicas mediante su oración, su ayuda económica o su trabajo. Participan de los bienes espirituales de la Obra. Constituyen una asociación propia e inseparable del Opus Dei. Pueden ser cooperadores los no católicos e incluso los no cristianos.

(3) Los Supernumerarios del Opus Dei son, por lo general, hombres o mujeres casados, para quienes la santificación de los deberes familiares forma parte primordial de su vida cristiana.
Numerario del Opus Dei: Dentro de la vocación única, el Numerario es aquel miembro (hombre o mujer) que ha recibido la llamada de Dios a vivir el celibato apostólico y colabora con entera disponibilidad en las labores apostólicas propias del Opus Dei. Suelen vivir en Centros de la Obra, con objeto de ocuparse de la formación de los fieles de la Prelatura y de la dirección de las labores apostólicas. Algunos Numerarios varones son llamados al sacerdocio y, una vez ordenados, forman parte del clero de la Prelatura.
Agregado del Opus Dei: al igual que el Numerario vive el celibato apostólico y colabora con disponibilidad total en todas las labores apostólicas propias de la Obra, pero suele vivir con su familia: padres, hermanos, a los que también atiende apostólicamente.