II. Una propuesta insólita

Me sorprendió la propuesta que me hizo un buen amigo de escribir sobre las EFAs y sobre personas vinculadas a ellas, con motivo del Centenario del nacimiento del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer.

Cierto que por nacimiento y crianza pertenezco a una ciudad rural y episcopal. En el centro de un hermoso valle, Guadix es ciudad histórica y agrícola. Tiene una hermosa Catedral. Su Plaza y sus muros son el escenario donde transcurrió parte de mi niñez y juventud y he visto infinitas veces a los campesinos dedicados a sus faenas y regresar del campo al atardecer con sus reatas de mulos y sus carros de bueyes. Eran otros tiempos. Muchos de mis compañeros de colegio eran hijos de campesinos y, pronto, pese a su listeza, tuvieron que abandonar la escuela para ayudar a sus padres en el campo. Todavía, cuando voy a mi pueblo, me encuentro con algunos de ellos, me saludan y nos reímos de entonces. Otros tuvieron que emigrar. Pero mi conocimiento agrícola se limitó siempre a la contemplación bucólica del paisaje, a escuchar las quejas frecuentes de sus desgracias o la inoportunidad del frío o de la escarcha, cuando no de las escasas lluvias. Mi pueblo está al pie de una sierra inclemente que se cubre de blanco todo el invierno. Con todo, recuerdo con emoción el valle y su vega, las balsas y atargeas donde, en verano, nos bañábamos. Sus muchos frutales. De niño, durante la guerra, recuerdo nuestras idas al campo con los campesinos de Alcudia, nuestros circunstanciales vecinos, el contacto con la naturaleza: las alamedas, el río, el nacimiento de algún cabritillo o de algún muleto, como el que tuvo la yegua del tío Emilio, abuelo de un amigo mío...

No había ningún motivo, por mi parte, para que se me ocurriese escribir sobre las Escuelas Agrícolas, entre otras razones, por mi desconocimiento sobre su organización y fines. Por eso me sorprendió la propuesta de mi amigo y, sobre todo, que me lo dijera en serio...

—Queremos que escribas sobre la EFA para que mucha gente conozca esta labor y a estos miembros del Opus Dei de los que casi nunca se habla. Muchos creen que en el Opus Dei sólo estamos catedráticos, abogados, médicos o ingenieros... Cosa que no es verdad, puesto que hay gente de todas las profesiones posibles, como camioneros, taxistas y hasta algún barrendero...

—No te comprendo, –le dije sorprendido.

—Lo que quiero decirte es que el año 2OO2 celebramos el Centenario del nacimiento del Beato Josemaría y, entre las muchas cosas que se están preparando para esta conmemoración, nos gustaría animarte a escribir algo, una especie de reportaje sencillo, que pudiera reflejar la preocupación del Beato Josemaría por la gente y los problemas del campo y de qué forma el espíritu del Opus Dei caló profundamente en muchos labradores... También ellos están llamados a la santidad en su propio ambiente...

Para informarme, empecé por leerme una biografía del Fundador del Opus Dei, donde el Beato Josemaría Escrivá, entonces niño de pueblo, contemplaba el campo de su entorno. Y sus veranos en Fonz, al otro lado del Cinca, de donde era la familia de su padre y donde vivía su abuela Constancia. Era en Fonz, más libre que en Barbastro, donde el niño estaría más en contacto con la vida natural, acudiendo al horno donde se cocía el pan o yendo de excursión a las estribaciones de la sierra del Buñero. "Yo recuerdo que en la tierra mía –contaría alguna vez–, cuando llegaba la temporada de la siega y no existían aún estas modernas máquinas agrícolas, cargaban con esfuerzo a lomos de mulos o de pobres borriquitos las gavillas de mies. Y llegaba un momento en la jornada, al mediodía, en que acudían las mujeres, las hijas, las hermanas, tocadas graciosamente la cabeza con un pañuelo para que el sol no quemara su piel, más delicada que la de los hombres, y llevaban vino fresco... Aquella bebida refocilaba a los hombres ya cansados, los animaba. Les fortalecía..."

Eran estampas fijadas en su mente. ¡Los veranos en Fonz, con su alta torre y sus viejas casas nobles del siglo XV, donde está la mansión de los Alba, con su garitón aspillerado en un ángulo, como dice la Guía de la Ciudad! De Fonz era el cardenal Cerbuna, que fundó la Universidad de Zaragoza...

También recordaba el beato Josemaría "haber visto de niño a los pastores envueltos en sus zamarras de piel, en los días crudos del invierno del Pirineo, cuando la nieve todo lo cubre, bajar por las cañadas de esa tierra mía, con aquellos perros fidelísimos y aquel borrico cargado de todos los enseres, que culminaban en unos calderos, donde preparaban la comida para ellos y los potingues que ponían sobre las heridas de las ovejas..."

No eran recuerdos sin valor. "De esa atenta observación de cosas y personas –dice Vázquez de Prada– extrajo todo tipo de lecciones: la aparente necesidad de sembrar una semilla, que se entierra y se pierde a la vista; la labor constante, imprescindible, del borrico que da vueltas y más vueltas a la noria; o la deuda espiritual que contrajo con su abuela Constancia. Viéndola de continuo con el rosario en las manos llegó fácilmente a entender que todos nuestros esfuerzos han de basarse en la oración incesante..."

El Fundador del Opus Dei –que tiene dedicadas una avenida y una nueva iglesia de su ciudad natal– jamás olvidó a aquellas gentes del otro lado del Cinca y del Somontano, gente recia del Pirineo, gente de la tierra suya, para quien también era su mensaje...