I. Un viaje a Barbastro

En agosto de l999, realicé un viaje a Barbastro con uno de mis hijos. Fuimos en tren desde Almería a Madrid y, desde aquí, en coche hasta Barbastro, pasando por Zaragoza y Huesca. El campo, refulgente y gris, se extendía por la amplia meseta castellana. Llegamos sobre la seis de la tarde.

Barbastro, de la que existe un óleo pintado por Zuloaga –el río Vero y, más allá, la torre de la Catedral saliendo de los tejados– tiene los títulos de Muy Noble, Antiquísima, Muy Leal e Insigne. Sede episcopal y plaza militar –su escudo de armas es una cabeza barbada– es la capital económica y comercial del Somontano Oriental. Dista unos cincuenta kilómetros de Huesca. Actualmente cuenta con unos quince mil habitantes y se encuentra en plena expansión urbanística.

Al llegar, en pleno paseo del Coso, a pregunta nuestra, una señora muy fina, nos recomienda una pensión conocida de cazadores, donde se duerme y se come bien. Pero la pensión estaba al completo, habían llegado cazadores de la parte francesa, habituales en estas monterías. Elegimos otra de la misma calle. El calor de Barbastro se parece a nuestro Sur. Ya nos lo habían avisado...

Barbastro es la cuna del Fundador del Opus Dei, Josemaría Escrivá de Balaguer. Aquí nació un 9 de enero de 1902, ahora se cumplen cien años. Antes de la cena, paseando, tratamos de buscar las huellas de los Escrivá en aquellas calles de la ciudad, distintas, en parte, de lo que serían a principios del siglo XX en que transcurrieron los “blancos días de su niñez”, como gustaba recordar al Fundador del Opus Dei. “Mi madre, papá, mis hermanos y yo íbamos siempre juntos a oir Misa. Mi padre nos entregaba la limosna, que llevábamos gozosos, al hombre cojo, que estaba arrimado al palacio episcopal. Después me adelantaba a tomar agua bendita, para darla a los míos. La Santa Misa. Luego, todos los domingos, en la capilla del Santo Cristo de los Milagros rezábamos un Credo. Y el día de la Asunción era cosa obligada adorar (así decíamos) a la Virgen de la Catedral”.

Como cuenta Andrés Vázquez de Prada en su biografía sobre el Fundador del Opus Dei(1) (de donde tomamos las referencias entrecomilladas), recién casados sus padres, Don José y Doña Dolores, “se fueron a vivir a una casa de la calle Mayor, enfrente del noble edificio de los Argensola. El piso que ocupaban era amplio. Algunos de sus balcones daban a la esquina de la plaza contigua, en el centro mismo de la ciudad, no lejos de la calle Ricardos, en la que tenía un negocio la razón Social Sucesores de Cirilo Latorre”.
A pesar de los años, Barbastro no ha perdido su aire capitalino, su buen comercio, aunque el ferrocarril de la línea Barcelona–Zaragoza ahora no pase por aquí y haya que ir a Monzón para tomarlo.

Don José Escrivá era un comerciante pulcro, persona distinguida y estimada en la población. Llamaba la atención su aspecto elegante, su cuidado en el vestir, discreto sin exageraciones. “Usaba bombín y poseía una pequeña colección de bastones de paseo. Era un caballero cortés, risueño y bondadoso, aunque no demasiado expansivo y ligeramente parco en palabras. Siempre mostró rectitud con los subalternos, generosidad con los necesitados y piedad para con Dios. Su tiempo se repartía entre el negocio y el hogar”.

De los recuerdos clave de aquellos “blancos días” de la vida del Fundador del Opus Dei –y los Escrivá nunca lo olvidarían– sería la grave enfermedad de su hijo de la que fue deshauciado por los médicos, esperándose “un desenlace fatal, inevitable e inmediato”. Entonces, Doña Dolores comenzó, con gran confianza, una novena a Nuestra Señora del Sagrado Corazón; y el matrimonio prometió a la Virgen llevar el pequeño en peregrinación a la imagen que se venera en la ermita de Torreciudad(2), en caso de sanarle”.

Y la Virgen lo curó. Y los padres cumplieron su promesa. Subieron a la ermita a lomos de caballería por sendas de herradura. Cuatro leguas. Doña Lola llevaba a su hijo en los brazos, sentada a la amazona, entre riscos y abruptos barrancos, hasta llegar a la ermita, donde pusieron al niño a los pies de la Virgen y se lo ofrecieron en acción de gracias...

También nosotros, viajeros al fin, antes de abandonar Barbastro, decidimos subir al Santuario de Torreciudad. El sol hacía brillar las aguas del pantano de El Grado. Pasamos por la EFA El Poblado, a esa hora cuajada de pájaros y gritos juveniles. Cuando llegamos arriba, la gran explanada estaba desierta. Se oían los acordes del órgano. Entramos en el Santuario y estuvimos un rato pendientes de los ojos de Nuestra Señora, a quien tantas cosas le pedimos. A la izquierda del altar, vimos la estatua arrodillada del Beato Josemaría. Al salir de nuevo a la explanada, recordé la estancia allí de D. Javier Echevarría, recién nombrado Prelado del Opus Dei, con motivo de unas Jornadas sobre la Familia...

Cuando descendimos, el sol declinaba haciendo equilibrios sobre la cumbre pirenaica...

(1) EL FUNDADOR DEL OPUS DEI, Andrés Vázquez de Prada, Tomo I, Rialp, Madrid 1997.

(2) Para hablar de Torreciudad nada mejor que citar las siguientes palabras de Mons. Alvaro del Portillo, Prelado que fue del Opus Dei, en el libro "Torreciudad", editado por el Patronato del Santuario en l988: "Hablar del Santuario de Torreciudad después de casi tres lustros de funcionamiento trae finalmente a la memoria los prodigios espirituales que Dios Nuestro Señor se complace en dispensar por manos de su Santísima Madre, en este bendito lugar. Prodigios escondidos, pero no menos extraordinarios que los que el mismo Señor se digna producir en otros lugares de la geografía mariana, y que responden plenamente a los más íntimos deseos del Fundador del Opus Dei, repetidamente manifestados cuando se proyectaba y construía el nuevo santuario: la pacificación con Dios de millares de almas mediante la recepción del sacramento del perdón; el impulso a la santidad del matrimonio y del hogar, que tantas familias han experimentado durante una visita a este lugar de culto: la aspiración de una mayor entrega al servicio de Dios y de las almas, que innumerables personas de todas las clases sociales –hombres y mujeres, jóvenes y adultos– han sentido nacer en sus corazones, precisamente a los pies de la Virgen de Torreciudad..." El Santuario se encuentra situado en el Pirineo aragonés, sobre el pantano del Grado, próximo a la ciudad de Barbastro.